miércoles, 14 de marzo de 2012

Demasiadas sequías.

El que, nos pongamos como nos pongamos, todos seamos criaturas del clima. El que la información sobre el tiempo –meteorológico, claro - sea la líder de casi todas las audiencias y en casi todos los medios. El que nada abra más puertas a la hora de las más banales conversaciones. El que la vaga memoria de casi todos convierta en destacada noticia del invierno que es invierno. Todo ello no es suficiente, en efecto, para que nos situemos en lo realmente preocupante, es decir, que se está incubando una alarmante sequía, si es que no ha eclosionado. Todo ello sin apenas estar despertando acción alguna. Todo ello  cuando tenemos una catarata de constataciones suficientes sobre lo que nos espera tras lo que ha sucedido.
Una vez más está resultando de nula aplicación, aunque fuera mínima, ese prodigioso logro de la inteligencia que es la anticipación. Porque nada se está proponiendo –y ese que nada tan de furiosa actualidad como los recortes-  sobre la urgente necesidad de menguar el gasto del líquido elemento. El espectáculo de embalses –como los gallegos-  medio vacíos en tierras de lluvia generosa animan al desánimo. Pero no menos ver regar campos de cereal en meses fríos.  Sin descartar las otras muchas siembras, aplazadas o modificadas, ante la obviedad de que no habrá suficiente para la travesía del verano próximo.
Tal parece, en fin, que los cielos han decidido emular a las últimas decisiones políticas sobre casi todos los frentes relacionados con el medio ambiente. Quiero afirmar que, ahora por decreto o ley en ristre, se está decidiendo que no lluevan los mínimos recursos imprescindibles para la protección de nuestros paisajes y la vivacidad en ellos albergada. Que no ha sido suficiente con la destrucción del 70% del litoral mediterráneo o con nuestro torpe y caro liderazgo en contaminación atmosférica. 
Sequía política que se está solapando con la climática. La primera la podríamos evitar con solo reconocer lo evidente: menos regulación ambiental es más crisis económica. A la otra, a la espantada de los frentes lluviosos, solo podemos oponer el no despilfarro, la prudencia en el gasto, la racionalización de los regadíos, la austeridad.

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